En España, la diversidad cultural no solo se ve en las calles, sino también en los platos que llegan cada día a nuestras mesas. Conocer el origen de lo que comemos es una forma sencilla y poderosa de entender hasta qué punto nuestra alimentación está ligada a las migraciones. Muchos ingredientes, recetas y costumbres que hoy consideramos “normales” o “tradicionales” existen gracias a la llegada de personas de otros territorios. Cuando descubrimos que nuestra cocina es el resultado de múltiples viajes, encuentros y mezclas culturales, empezamos a mirar la migración no como una amenaza, sino como una fuente de riqueza y transformación constante.
La influencia de la migración marroquí en la gastronomía española es evidente en el uso de especias como el comino, el cilantro o el azafrán, en preparaciones como los guisos especiados o en el hábito compartido de cocinar a fuego lento. Platos que hoy se disfrutan en hogares y restaurantes españoles tienen raíces en el norte de África, aunque muchas veces no seamos conscientes de ello. La cocina actúa como un puente silencioso entre culturas: mientras saboreamos una receta, también estamos acercándonos a la historia y a la vida de quienes la trajeron consigo, humanizando realidades que a menudo se reducen a cifras o estereotipos.
Con los migrantes latinoamericanos ocurre algo similar. Ingredientes como el aguacate, el cacao, el maíz o el plátano forman ya parte del día a día de muchos hogares en España, y sin embargo detrás de ellos hay siglos de historia indígena, colonial y migratoria. Entender de dónde vienen estos alimentos nos invita a reconocer el valor cultural que las comunidades latinoamericanas aportan al presente español. Al final, conocer el origen de lo que comemos es un acto de empatía: nos enseña que la migración no es ajena, sino profundamente cotidiana, y que nuestras mesas son uno de los primeros lugares donde la convivencia empieza a construirse.
